A Ezequiel Demonty lo mató la policía. La policía federal de la ciudad autómata de Buenos Aires. Miró las últimas poblaciones, su vida secreta, las convulsiones internas. En el sur. En un río de sarro y turbera, obligado a saltar, a punta de pistola, luego de que oficiales de la ley lo golpearan con cinturones de cuero, con culatas reglamentarias, con un antiguo y permanente furor. Ocurrió en un tiempo en que el mundo no era un mosaico de pixeles todavía. Ese muchacho ignoraba el arte del nado. Te lo quería contar por si me muero mientras duermo. En este lugar de la pampa ha estado lloviendo toda la noche. Me propuse escribirte estas líneas, conversar con alguien ausente, con vos a miles de kilómetros de ruta y excusarme por no haber respondido antes. Pero hétenos aquí. Equisdé.
Ayer navegué por El Riachuelo; un guía nos dijo que es un río de llanura. La masa molecular de un cuerpo y una madrugada clara que Ezequiel Demonty se llevó del tercer planeta del sistema solar, estuvieron ahí. Imbricadas. Eso no lo dijo. Te debo las descripciones. Algo que aún no cotejé y que me intrigó de repente, mientras me subía las solapas del abrigo, es averiguar qué ríos se nombran en el Martín Fierro (mera basura que colecta la cabeza; esas sextinas detentan dos árboles: el tala y el ombú). Te voy a contar mis anteriores periplos náuticos. Conocí el mar entre las hojas de los libros. Subí a pocos barcos. Algunos suelen estar inmóviles en el puerto, para que el viandante, el turista y aún el curioso ingresen o admiren. Me remitiré a los que zarparon conmigo, desde un balneario bonaerense, hacia un ex asentamiento portugués o en cierta excursión lacustre, difusa ya en el cerebro, a un bosque petrificado. Creo haber hecho mención de ese viaje. Éramos jóvenes. Cuánto tiempo ha pasado desde entonces. Cómo eran nuestros corazones, qué les hicimos, qué querían de verdad; saberlo ya no está en nuestras manos, mas vamos a quedarnos con ellos hasta el fin. Porque ahí está lo que fue nuestro, igual que ayer. Teníamos diecinueve años en el cuerpo cuando esos árboles, mucho después de que la imaginación de un empresario incluyera aquellos arrayanes en dibujos animados hoy demasiado famosos; esa edad y el balbuceo recurrente de un idiota cuando la nieve, las drogas y el sexo inseguro. Ninguno dio en pensar que algún día seríamos viejos, una parte o una partícula de dios (quienquiera que fuese nunca estuvo de nuestro lado), algo a lo que no sobreviviríamos. Nunca aprendí a nadar. Tampoco es algo que ambicione. Pero tengo a Nantucket en la mente. Llegar ahí es mi destino.
Recordé tu pedido: la cita del libro respecto de Walsh. Está en la biblioteca, lomo verde, página impar, papel de bobina Bond; en qué anaquel, ahí se me dificulta. Después de la mudanza los libros fueron ubicados sin atender a las letras del alfabeto ni a ninguna otra clave de ordenamiento. Prometo hacer la pesquisa y copiar el párrafo. Internerd no lo aloja todo, coincidimos. Igual se pueden extraviar pertenencias en cualquier lugar, ficto, ubicuo o real. Y nadie es tan pobre como para no poder perder algo alguna vez. ¿Qué fue lo último que perdiste vos? ¿Por qué la llovizna no cesa? Buscar un libro es de algún modo buscar un secreto; algo que nos esté destinado, que resulte eventualmente bello, escrito en un idioma que desconocemos, quiero decir, del que no tengamos recuerdo. Un libro no es apto para dar vuelta un pastón, trazar la melga o extraer el mineral. Para colegir eso no asistimos al claustro; un modo de radicalidad estética, reflexión o juicio sobre el arte y las secuelas literarias y sus domas, siempre consistió en no prestarse a una consigna, en no percatarse de que éramos jacobinos, ignorándolo, y negros de mierda por querer yantar dos veces al día. ¿Cuál ha sido entonces el cambio social? ¿Nos reconciliamos con la historia, con la naturaleza, con nosotros mismos, con otro lugar de debilidad, de otras posibles derrotas? ¿Qué significará tautológico, qué significa esa jerga, un lápiz y un poco de papel, una lengua, un sistema, un puente, tocar un límite?
Nota mental (te la participo): comprar un frasco de nescafé; sobre los puentes, en los canales, hay cadáveres; un puente es alguien cruzando un puente.
Releo lo que me enviaste subrayado en fluo: por qué hay tan poca literatura sobre el año uno del siglo, sobre la generación que se alimentó una larga temporada con granos de soja que, en principio, eran exportados a ultramar para el consumo de reses y cerdos (esos granos incluían legalmente cien veces más restos biocidas que aquellos destinados para la ingesta humana; más baratos, obvio): no sé, habrá que escribirla. Acaso fue un desastre natural y no hay daño permanente, sólo un dato empírico que ha pasado por un cuerpo. La clase prebendaria, la clase dominante, la clase intelectual tienen quiénes les escribirán desde una capacidad receptiva respecto del mundo: añicos helenos, ponchos de goma e instrucciones en castellano para el uso de la palabra, con moción interna, cuerpo sensible, espíritu, número, exclusivamente periodistas, exclusivamente bachilleres. Nos resulta indistinto, a los mestizos asalariados, el recambio del tropel bárbaro (ya llegaron, basta leer la prensa), como ver aparecer a jesús en los tres billetes de mil pesos (tal el jornal en plata de hoy) o en el crujido, la manifestación del movimiento de las partículas moleculares de agua en la carne prieta de la milanesa al descongelarse, una cada día (merced al período especial del gobierno popular blanco clasemediero en curso, no importa en qué año leas esto). ¿Por qué ya no intentan convencer a nadie? Nosotros nos incluimos afuera: perdón por reiterarme. Lo hablamos muchas veces en nuestros inconstantes trueques misivos. Menos pompa, me dirías. Esquelas, entonces. Siempre ignoramos si éstas llegarán a nuestras manos.
Era un día de sol con brisa. Nubes pasaban a la deriva. El barquito progresaba en su derrota. Sobre la ribera nos hablarían de inmobiliarias, familias reubicadas, cuotas porcentuales al sueldo, hectáreas adquiridas con fines de lucro, césped; y de las pautas objetivas para el empleo de armas de servicio por parte de la partida, impresas en letras de molde, como las que ahora declaran que un puente se llame “Puente Ezequiel Demonty”, dependiente de la Dirección Nacional de Vialidad, Subgerencia de Puentes y Viaductos. Una sanción oficial. Una línea de frontera. ¿Cuándo podría disparar un milico?: recuerdo frases sueltas tales como un peligro inminente, pluralidad de agresores o ataques potencialmente mortales, etcétera; y que continúa vigente el uso de armas no letales ante manifestaciones o protestas públicas. ¿Son muchos pensamientos para una sola cosa?
Fumaba en la cubierta a merced de velocidades tristes y pensaba en que mañana iba a responderte, que un consuelo de la distancia es imaginarse lejos, y en si escribimos para que el tiempo vuelva atrás.
Esperando te encuentres bien, quedando aquí de igual modo.
Alberto Cisnero
P.S.: va otra frase oída en la vía pública: ya no hay amigos para el rock.
P.S.: seguiremos buscando al ausente.
P.S.: como leí en un poema de cuyo autor no retuve el nombre: te mando un beso y una estrella arrancada de cierta página de Banchs.
La carta perdida es un proyecto editorial de Fundación Andreani creado en 2021 y esta es su segunda edición. Periódicamente, durante varios meses del 2023, cientos de personas de todo el país recibieron a través del correo de Andreani un sobre blanco, con la silueta negra de una estampilla; en su interior había una carta de una escritora o escritor contemporáneo argentino.
El libro reúne los doce textos enviados. Las cartas responden a un tema: "El Riachuelo".
Julián López realizó la compilación. Los autores convocados fueron: Noelia Rivero; Yamila Begné; Osvado Aguirre; Gabriela Massuh; Nora Domínguez; Osvaldo Baigorria; Humberto Bas; María Sonia Cristoff; Alejandra Urresti; Alberto Cisnero; Carla Maliandi; Sonia Scarabelli.
Sobre el autor
Alberto Cisnero (La Matanza, 1975)
Publicó El límite de la materia (2012) y otros libros; en 2025 publicará Clase 75, en 2026 Román paladino, en 2027 Este libro es para vos; y así sucesivamente.