Opinión sobre poetas
Creía en ellos,
con alguna vacilación, es cierto,
como se cree en quienes han hablado con Dios, en sus montañas,
y cuentan el secreto;
pero un día
renegué de sus bocas de pájaros mentirosos;
después, los vi morir
en una choza sucia,
ciegos y balbuceando palabras sin sentido.
Entonces volví a creer en ellos,
en su sabiduría rota,
ya sin ninguna sospecha de cordura.
No recuerdo cómo me afectó este poema la primera vez que lo leí. He vuelto muchas veces a él y realmente me gusta. ¿Quién habla en sus líneas? ¿A quién se dirige?
Pasé por Humanidades sin completar mis estudios. Creo comprender cuál es la exigencia inicial de quien opina en estas líneas. Aquí resuena la prédica de Platón y su delirio no ya de querer la Verdad sino de expulsar a los poetas de su República: ideal, unívoca, inclemente.
El que opina tiene –repito, inicialmente– la dureza de aquellos que expulsaron a los acusados de fabuladores de la ciudad del sol en el poema homónimo de Horacio Castillo. Los poetas son pájaros mentirosos: el canto, la belleza, sí, y también la gratuidad, enfrentados a la gran falta contra lo verdadero, que debería, según él, regirlo todo. El que opina se defrauda, reniega de ellos: creía que eran poseedores de un secreto, de algo así como una revelación proveniente directamente de Dios. Iluminados.
Creía en ellos. Y aquí una cosa. Se cree en la palabra de alguien, se confía en lo que dice, se piensa que lo que dice vale, esto es, es verdad.
Pero todo había sido producto del sueño del que opina: sólo él era el que se había dicho que los poetas saben.
(Puede ser que algunos de ellos mientan adrede sobre sí mismos, o más bien se engañen; que se atribuyan un conocimiento misterioso, mágico, potente. No todos son así.)
Despiste: el que opina les atribuía algo ajeno al oficio o experiencia de ser poeta.
Es que, en el fondo, ellos son tan humanos que se mueren; que experimentan la miseria; que no necesariamente se rigen por la razón y la lógica (la así llamada cordura) pero también que tienen derecho a ser: tanto como el que más.
Es la usual prepotencia de los que detentan la Verdad: como en el poema de Juan Desiderio, suelen disponer de quién se salva, quién se pierde.
Creer en: hay algo de religioso, y también de filosófico, en filosofías no criteriosas, en esta fuerza que el que opina quiere aplicar. Pero después hay un cambio en él: de su dureza inicial pasa a la aceptación y al reconocimiento de lo diverso a sí mismo, a sus tan privadas pretensiones.
Sabiduría rota: no íntegra, armada, pura. Choza sucia: parte del mundo, parte humilde y baja. No es Dios, no son sus montañas, Moisés de la revelación, sino algo totalmente a ras de suelo. La habitación de un semejante.
Ha fallecido Alejandro Nicotra. Es el autor del poema que gloso, junto a tantos otros tan memorables. Poema que, como ya dije, me ha acompañado por muchos años.
Estos versos son un llamado de atención: qué se puede esperar de un poeta, qué no. De qué se tratan los poemas, qué no debemos querer que sean. Es un criterio tentativo pero claro que nos señala que puede haber diferentes búsquedas en la vida y que no tiene por qué ser una sola, única. Verdadera.
Acerca de Alejandro Nicotra (Sampacho, Córdoba, 1931-2024)
Licenciado en Letras por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Córdoba, se ha desempeñado como profesor en las cátedras de Lengua y Literatura en institutos en enseñanza media y superior de la ciudad de Villa Dolores. Fue colaborador en los suplementos literarios de “La Prensa”, “La Nación”, “La Capital”, “La Gaceta”, “El Litoral”, “La Voz del Interior” y en revistas especializadas del país y del exterior.
Publicó una quincena de libros de poesía; aquí algunos de sus títulos: “Puertas apagadas” (1976), “Lugar de reunión” (1981), “Desnuda musa” (1988), “Cuaderno abierto” (2000), “Lugar de reunión” (Obra Poética 1967-2000), 2004, “De una palabra a otra” (2008).
Recibió el Premio Nacional Iniciación, de la Comisión Nacional de Cultura en 1951; Premio Regional de Literatura de la Dirección Nacional de Cultura en 1960; el Premio Arturo Capdevila del PEN Club Internacional en 1968; Premio Leopoldo Lugones de los Servicios de Radio y Televisión de la Universidad Nacional de Córdoba en 1969; Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, 1976; Premio Esteban Echeverría en 1991; Premio Konex en 1994; Premio Consagración Letras de Córdoba del Gobierno Provincial en 2003, entre otros. Fue Miembro Correspondiente de la Academia Argentina de Letras.
Acerca de Pablo Seguí (Córdoba, 1973)
Ha publicado los siguientes libros: "Los nombres de la amada" (Alción, 1999), #Claves y armaduras" (Foja/Cero, 2005), "Naturaleza muerta" (El Copista, 2011), "Otro verano y éste" (Barnacle, 2017), "Animal de bien" (Barnacle, 2018), "Noción de ritmo" (Barnacle, 2019) "Lizard y otros poemas" (Barnacle, 2020), "Babía y otros poemas" (Barnacle, 2021), "La internación" (Barnacle, 2022), "Remy LaCroix y otros poemas" (Barnacle, 2023) y "Poesía juvenil 1995-2011" (Barnacle, 2024).