En No hagan ruido en la orilla, la poesía de Misael avanza como un río que con su cauce nos toma, suave pero implacable, y nos hace viajar a través de imágenes que nos devuelven la memoria de la naturaleza, de la infancia, y de todo aquello que insiste en persistir. Cada verso pulsa como el viento entre las hojas, dando a luz formas de la verdad que se lleva el mismo cauce del agua o el temblor de un árbol que igual resiste el invierno.
Es un libro que se detiene a observar, y a recorrer el mundo desde un ojo consciente de que se le presenta la creación en su estado más primigenio. Verso a verso, el autor construye un diálogo entre lo humano y lo natural, recordándonos que, incluso en la intemperie, la poesía (y la belleza) puede asomarse:
La ribera se arena / de tristeza, y no tienen / ánimo las luciérnagas / ni las chicharras para dar / alegría en la brisa / marginal de las estrellas. / Todas persisten / en una armónica quietud. / Todas quieren ser las primeras / en oír los sonidos verdaderos. / Saben que en cualquier rato / puede asomarse la belleza.
Sin embargo, el poeta nos ofrece no solo un paisaje, sino también una manera de mirarlo. De este modo, desde el principio sabemos que seremos nosotros, los circunstanciales lectores, quienes tendremos que hacer el ejercicio de forjar la belleza en aquél mundo incipiente, naturalmente arrasador y desmedido:
Íbamos con la mirada / porosa de los animales / tristes que, de los pasos / metálicos, cuidaron / la fe con tierra y hojas. / Esa mirada también / fue parte de la belleza
Y la belleza insiste, y si el ejercicio prospera, finalmente emerge y se muestra a nosotros de forma elemental e indivisible del ecosistema. Nos hace entender que no es solo un poemario sobre la naturaleza en su estado más virginal. Es sobre todo una invitación a reflexionar respecto a nuestra forma de estar en el mundo: ¿cómo persistimos cuando todo parece desmoronarse? ¿qué fuerzas nos sostienen para atravesar nuestros inviernos?
Yo no me voy / porque sufre /el sauce en el fondo / cuando canta / en la oscuridad. / Me quedo acá / cerquita de la orilla / esperando que el río / haga en mí un tembladeral.
Si bien se sabe que los lectores son siempre sujetos activos y son quienes terminan de escribir una obra, aquí la tarea le exige al lector un mayor compromiso, ya que el autor realiza un fino trabajo en la selección de las palabras y su lugar en cada verso. Y aunque nada está librado al azar, se formula un juego ambiguo (como la creación) en cada poema:
Ese niño / nada / necesita, / solo / se cobija con su canto.
El libro se estructura en dos partes, cada una ofreciendo una perspectiva distinta pero complementaria. En la primera, Misael nos lleva a un mundo en estado naciente, donde creación y contemplación se entrelazan. Es un espacio donde los elementos del paisaje —los árboles, el río, los pájaros— se convierten en espejos de lo humano, reflejando nuestra fragilidad y, al mismo tiempo, lo que muchas veces nos falta: el suave ejercicio de la espera.
Qué altos y solos / esos árboles tupidos / que se afilan / distraídos en el aire. / Es difícil para el sol / atravesarlos por completo / con su densa / primitiva luz danzante. / Qué altos y solos / esos árboles infantes / que acompañan con ramaje, / en la procesión robusta / de la tarde, la danza de los tordos. / Pero el invierno todo lo separa. / Y los árboles esperan / que los pájaros les quiebren / con sus patas las cortezas, / que vuelvan a su dulce, / indefenso, movimiento./ Pero el invierno es capaz / de durar lo que dura / una flor desperezando.
De este modo, nos vamos adentrando en las formas en las que cada uno de los personajes se protege en la intemperie, bajo qué mecanismos y con qué herramientas se pueden ablandar las horas o procesar lo desconocido, elemento que múltiples veces aparece en el libro. De esta forma, el río, frontera natural entre la vida y la muerte, es también la fosa que impide no solo imaginar otros territorios, sino también ejecutar esa travesía:
Pocas veces cruzamos / al otro lado del río, / porque no confiamos / en su curso que lleva / y trae por igual / lo que sabemos e ignoramos. [...]. Allí, al otro lado / de la mansedad del agua, / dijeron nuestros padres / que habitan las almas / cuando ensucian su materia.
En la segunda parte, el autor da un giro hacia lo reflexivo. Aquí, el paisaje se transforma en un archivo de experiencias compartidas, un espacio moldeado por manos humanas, que lleva las cicatrices de ese contacto. Sin embargo, lejos de lamentar esa intervención, Misael la asume como parte de la historia compartida. Nos invita a aceptar y cuidar lo que nos rodea, recordándonos que, incluso en medio de la transformación, persiste la belleza:
¿Qué puede hacer mi mirada / en su cuerpo desmedido, / desplegado, inocente? / No lo sé, / pero esa nube / tímida y despierta, / que anda paseando / en la tierra que atesoro, / pone lo que falta / en mis ojos
Consciente de que el mundo se le presenta de una forma finita y fragmentada, pero no por eso errática, la acepta y nos cuenta casi como un secreto que va de generación en generación, cómo llegamos hasta aquí:
Pero a veces / la mano humana lastima / con su cuerpo matemático.
Nos advierte, de la misma forma, del invierno y de cómo desearán que pase rápido, y sin embargo no se irán, sostendrán sus vidas como esos árboles que corren una vez en toda su vida. ¿Quizás resisten la intemperie porque esa es su única libertad, la que nunca pierden?

Sobre el autor
Misael Castillo nació en Tostado, Santa Fe (1993). Publicó siete libros de poemas entre los que destacan El tiempo cuando falta (2021), Como el fuego que avanza por la tierra (2023) y Niño, Perfecto luminoso (2024). Fue uno de los ganadores del Poesía Ya 2023. Co-dirige el medio sobre arte www.espiasrusos.com
Pilar Sanjurjo (Buenos Aires, 1997). Estudió Sociología en la UBA. Coordina el ciclo de poesía Primavera todo el año en el Museo Casa Rojas, junto con Abril Rufino. En 2021 participó del festival Poesía Ya!, en el Centro Cultural Kirchner, año en el que publicó Lugares comunes, por la editorial Patronus. Co-dirige el medio Espías Rusos.


