Apenas terminé de leer Las sábanas, el nuevo poemario de María Iribarren, editado recientemente por Pasionaria Ediciones, recordé a Marguerite Duras: Amaría a quien sea que me escuchara gritar. Por otros motivos, ese verso se había instalado en mis pensamientos y ahora volvía como mascarón de proa a guiar la lectura. Me reproché el hábito de mirar las cosas con la misma lente siempre, ese viejo recurso de buscar amparo en mis autoras favoritas. Aun así le escribí a María y le conté.
Me amaría si me escuchara gritar, reversiono, dándome la posibilidad de virar el sentido cifrado en su escritura. El grito como un llamado a sí misma, un intento de encarnar la desesperación.
Seré mi propia madre y así voy a aprender que irse es volver a volver, cantaba con voz de ángel Gabo Ferro.
Parirse: no hay parto sin dolor, ni nacimiento sin llanto ante el desgarro de asomar el cuerpo a la vida (otra). Basta con mirar el collage estampado en la tapa del libro; el primero de una serie que continúa en el interior en un diálogo alucinante con los poemas, creación de la artista visual María Gómez. Decía que, basta una mirada a la imagen de esos pájaros liberados de una columna lumbar rota, para reconocer el sufrimiento de un cuerpo naciente. ¿A qué?
Que después no reclame el lector cuando sienta la esquirla clavada en su propio cuerpo. Postales de un cuerpo amenazado, escribe Iribarren en la primera página; una alerta que recibe alivio en el comienzo de un breve texto preliminar a la lectura de Las sábanas. El recuerdo de esas otras sábanas, almidonadas, tal vez hechas, quién sabe, por un vasto linaje femenino, se convierte en cobijo ante cualquier fantasma que irrumpa.
Cuando era niña —mis abuelas, mi madre, las hermanas de mi padre— almidonaban las sábanas que, quizás, ellas mismas habían confeccionado, en lino o algodón de ciento ochenta hilos. Sus manos arboriformes conseguían entidades amables, tenues al contacto del cuerpo, pulcras en el aroma persistente y la apariencia inmaculada.
Cuando era niña el contacto con esos géneros tersos y maleables a la vez, despertó en mí la vaga conciencia de una sensualidad clandestina, intransferible.
Desde ese momento, las sábanas se convirtieron en asilo de la vida íntima. Laboratorio de exploraciones transformadoras. Continente en el que todavía me zambullo de regreso a/de mis ardores.
Ante la inminente amenaza de muerte en la pandemia de coronavirus, la poeta rememora la historia atroz vivida por su generación durante la dictadura. Las estrategias para preservar el cuerpo de la tortura y la desaparición. La lengua vacila en el modo de decir eso para lo que no existen palabras. Entre el verso y la prosa, el miedo se escabulle, encuentra una vía de fuga incierta; al cuerpo le duele/duela el tiempo de lucha y resurrección.
¿Cómo sostenerse en pie sobre el vacío?
El aislamiento ¿nos sobrevivirá por segunda vez?
De no haber sido por Las sábanas, las otras sábanas habrían servido de mortaja, confiesa la poeta. Escribir se vuelve entonces un acto de fe que le salvará el pellejo. Es a través de las palabras donde el grito se hace oír, descubre un canal para el dolor y, al cabo, una manera única de transmutar el miedo.
Escribir a pesar de todo pese a la desesperación. No: Qué desesperación, no sé su nombre, escribe Marguerite Duras.
Sin embargo, las palabras no alcanzan para enunciar los sentires de una cuerpa que se deshace mientras el tiempo permanece suspendido. Otros verbos ejercen su poder, por ejemplo, llorar escuchando una canción de Prince. Llorar y escucharse llorar en el silencio de la casa; las lágrimas se deslizan por el cachete en un tiempo demorado, como si una cámara pudiera captar el instante donde la piel se estremece.
Lágrimas naranjas caen de unos ojos que miran la lejanía de los días pasados y el porvenir. Ese destello en una nueva imagen sobre el papel translúcido le regala al lector un momento para contemplarse en otro tiempo y volver a la lectura sabiéndose menos solo.
En la transparencia de su decir, el yo poético revela el valor del instante. No huye a la posibilidad de nombrar lo que con demasiada frecuencia no queremos escuchar. El reloj ¿se detuvo? y pareciera no haber más que la vivencia presente de esa cuerpa que cae. Pero una red de lenguaje deja que levite en la espesura de su bosque.
Infatigable Iribarren se rebela a los límites que impone la lengua, busca palabras en la oscuridad; continúa tal vez un antiguo diálogo iniciado en emak bakia (déjenme en paz, en euskera, lengua vasca), antología poética editada por Linda y fatal Ediciones. Fragmentos que derriban paredes. Astillas en verso libre, cuerpo que duele. Prodigio de una cicatriz devenido acto poético, escribe la poeta y editora Ana Gervasio.
A esta altura no es caprichosa la evocación al emblemático cuadro El grito, una obra del pintor noruego Edvard Munch creada en 1893. De pie sobre un puente, una figura andrógina, envuelta en un cielo ondulante de vivos colores rojo, azul y naranja, que, tapándose las orejas, grita en silencio. A su izquierda, dos personajes se retiran, dando la espalda.
Quizás en esa aparente paradoja entre grito y silencio está el llamado a un Otro que escuche, que sea capaz de dar sentido al sentimiento abismal que se precipita: la angustia ante la vivencia real de estar vivo. Munch escribió: Sentí un grito infinito que atravesaba toda la naturaleza. Hechos de lo mismo, el grito y el silencio expresan hacia afuera lo más íntimo.
A diferencia de Iribarren: Me amaría si me escuchara gritar, la figura se tapa las orejas para pretender que no oye eso que lo abisma. Sin embargo, ambos gritan.
Pero no puedo desviarme más, debería encontrar un cierre momentáneo a la lectura de Las sábanas.
Expresar mi gratitud a la querida María Iribarren por haber compartido sus poemas y a María Gómez por la bella creación de imágenes que potencian al infinito la escritura.
Ojalá que este puñado de palabras motive a otros a leer ese libro que cabe en la palma de la mano y se expande como sábanas tendidas al sol.

Las sábanas
María Iribarren
Pasionaria Ediciones
1° edición
111 páginas
Diseño de tapa y collages interiores: María Gómez
María Iribarren
Periodista, docente, crítica audiovisual y gestora cultural. Fue redactora en medios gráficos (Clarín, Tiempo argentino, Revista 23, Magazín Literario, Revista Rumbos, Directores) y digitales (Ciudad Internet, El Acomodador, ZOOM). Trabajó en radio (Del Plata, Rock&Pop) y TV (Ciudad Abierta). Junto a Roberto Valle, fundó y dirigió Cinecrópolis. La ciudad del cine alternativo. Dio clases en Filo-UBA (Literatura del siglo XX; Problemas de Literatura Latinoamericana), UNDAV (Escuela de programadores para una nueva TV) y en la UNPAZ (Historia del cine), en la que dirigió las licenciaturas en producción y gestión audiovisual y de videojuegos.
Coordinó el sector audiovisual del MICA (nacional, provincial, regional e interatlántico) para el Ministerio de Cultura. Publicó Números quebrados (1994, Último Reino); emak bakia (2016, Linda y Fatal Ediciones); Cultura comunitaria del NO bonaerense (2021, producción y coordinación editorial en colaboración con Matías Farías, EDUNPAZ); Cuerpos, memorias, representaciones. Apuntes sobre el realismo en Carri, Guarini, Martel y Molina (2023, CG Editorial). Actualmente, es columnista de El desconcierto de Quique Pesoa, escribe en el sitio Con los ojos abiertos y colabora con RGC Ediciones.
María Gómez
Nació en La Plata en 1991. Es diseñadora gráfica y artista visual; egresada de la Universidad Nacional de La Plata de la carrera de Diseño en Comunicación Visual y del profesorado.
Desde pequeña está en contacto con diversas formas del arte como la danza, el teatro, las artes plásticas y la escritura. Cursó estudios de Periodismo de moda en el Laboratorio del Instituto Universitario Tea & Deportea, y de Producción de moda en Nova, Escuela de Fotografía. También estudió Técnicas de la Corrección de Texto en el Instituto Mallea. En el año 2019 egresó del Posgrado de Investigación de tendencias en la Escuela Superior de Diseño, LCI Barcelona.
Ha dictado diversos talleres privados de arte y collage, y también en escuelas primarias en el marco de la Semana de las Artes. También fue invitada a dar talleres en el Instituto Nº9 de Formación Docente en la ciudad de La Plata.
Trabaja en forma autónoma como diseñadora en diversos proyectos desde el año 2017. Desde el año 2014 diseña las portadas de la editorial Cienvolando; y actualmente también trabaja en la editorial Pasionaria, diseñando tapas e interviniendo artísticamente los proyectos. A lo largo de los años también ha trabajado en varios proyectos artísticos personales.
Adriana Chiattone nació en 9 de Julio en 1969. Es egresada de la carrera de Psicología de la UNLP. Cursó estudios de escritura creativa en Casa de Letras. Es escritora y narradora oral. Publicó La permanencia (Linda y Fatal Ediciones) y Cacao amargo (Ediciones Cienvolando). Su cuento Paraíso fue incluido en la antología Gente Mayor (Ediciones Cienvolando).
Se formó en narración oral en ESSENNA, escuela que dirige Pedro Parcet. Participó del festival Hecho en Argentina coordinado por Lucía Blomberg y Pedro Parcet. A lo largo de los años ha realizado diversos unipersonales.


