Acá hubo gente. Acá
dormía la Babía
Como una estaca en versos breves, el primer acto de escritura señala un lugar. Así nos recibe la poesía de Pablo Seguí en esta ocasión. Hablando del olvido y de antiguos habitantes, la voz poética ingresa en el tono de la reflexión. Siente necesidad de hacerlo en fragmentos de vida diferentes, en escenas que resultan para sí un acontecimiento (sin que ello implique algo solemne, más bien todo lo contrario), tras el rastro de ciertas impresiones de la verdad.
¿Qué significa hablar de la verdad desde el poema? En principio, considerando el trabajo de Seguí, confrontar las instancias del sueño y la vigilia, la sombras y las luces del tiempo, las caras de la escritura y del silencio. En esos contrapuntos, el poeta se constituye a sí mismo desde la incertidumbre:
¿Qué era la poesía?
(…)
Tomás notas del mundo,
las ofrecés al resto,
esperás. Estás solo,
cosa que te estremece.
De esa manera, la verdad es una búsqueda en perpetua tensión. Y lo que nos llega de ella, ese reflejo fantasmagórico, es el deseo. Tomar “notas del mundo” y ofrecerlas al resto recrea la secuencia ritual del Artista. Aquel/aquella que, como un medium, interviene para conectar las sutilezas, desde una percepción especial. Esa es la ubicación de los enunciados que componen los versos de Babía. Quien habla, conecta. Quien piensa, accede a ciertos relámpagos que traduce luego al resto. Lo hace con humildad, con versos de arte menor; según esas fronteras de la tradición métrica, versos que resuenan cotidianos, amables al ritmo del trajín de la lengua habitual.
Algo que destaca a la poesía de Seguí es su trabajo musical. Aprovecha encabalgamientos inusuales, apela a las rimas internas, ajusta la elección del léxico a la melodía buscada. El poeta confía en la semántica del sonido. Quiere ir por algo más que las palabras en tanto comunicabilidad. Y en esas calles embarradas por tanta lluvia y falta de mantenimiento —queriéndolo o no— ejerce su diferencia con otras escrituras contemporáneas, tal vez mayoritarias aunque también diversas. El sujeto de estos poemas se identifica con Quevedo (“Vos tan Houellebecq y yo tan Quevedo”), pero también con Pessoa, con Vilariño y con Eliot; es un sujeto que cree en los clásicos, que traza una línea hacia el centro de esos laberintos para ir y venir con los recursos necesarios.
Aspectos coyunturales de la época se insertan en los textos. Títulos como “Videoconferencia” o “Prufrock en cuarentena” dan cuenta de este tiempo de pandemia y reclusión. Las notas del mundo de Seguí son también un testimonio y una perspectiva. ¿Puede ir mucho más allá la poesía? Con modos más o menos estirados hacia las fronteras de la lengua, con tratos más o menos amables con la tradición, más o menos educados, más o menos afiliados a lo que se lee y se ha leído, cada poema es, como escribiera políticamente Pizarnik, “una visión de mundo”.
El lector/la lectora será otra visita entre las que el libro encierra. Alguien que pase y comparta una experiencia, como quien se aproxima a la casa vieja y se reconoce en un relámpago. La casa de la Babía. El sitio donde el único espectáculo es la fugacidad.
Tres poemas
Clouds in the night
a Antonella Nunziata
Rejas sucias, pintadas
alguna vez de negro,
me separan del patio.
Y más allá otras rejas
me protegen (¿realmente?)
de la calle y sus sombras.
De todos modos, nadie
está a salvo por más
que viva en un castillo.
Abrí sin más los ojos:
el enemigo habita
en uno mismo, y punza.
Nombrarás cada cuerpo
Y todos esos cuerpos
que pasan por las calles
que de quién son: anónimos.
La mirada reúne
en un gris ramillete
los cuerpos que caminan
o que corren el bondi
o que están en un bar,
y mirar no es nombrar.
II
Un cuerpo es la distancia
con la que lo evaluamos
aunque nunca se entere.
Lujosas pasarelas
muestran los cuerpos mórbidos
de niñas bien: hechizo.
Un bulto que mendiga
junto a una Iglesia no
existe, no, no, no.
III
Cuerpos televisados:
sabemos de memoria
sus muecas más insanas.
En cambio, los del bondi
se alejan a la vez
que hablarían con vos.
El bulto que mendiga
muerde cada moneda;
vos cambiás de vereda.
IV
Porque nombrar un cuerpo
es al fin verlo. Vidas
que no serán sentidas.
Vos tan Houellebecq y yo tan Quevedo
Esa pared, manchada,
como ya dije, por
los agravios del tiempo,
es como un friso del
futuro. La componen
varios colores y
texturas que no creen
sino, con caridad
y constancia, en ser ruinas
finales de la luz.
Atril sin pie y alud
del fulgor, polvo ya.
Pablo Seguí (Córdoba, 1973)
Entre los 8 y los 17 años estudió violín, para luego volcarse hacia la poesía.
Ha publicado los siguientes libros: Los nombres de la amada (Alción, 1999), Claves y armaduras (Foja/Cero, 2005), Naturaleza muerta (El Copista, 2011), Otro verano y éste (Barnacle, 2017), Animal de bien (Barnacle, 2018), Noción de ritmo (Barnacle, 2019), Lizard y otros poemas (Barnacle, 2020), Babía y otros poemas (Barnacle, 2021), La internación (Barnacle, 2022), Remy LaCroix y otros poemas (Barnacle, 2023) y Poesía juvenil (1995-2011) (Barnacle, 2024).
Diego L. García (Berazategui, Buenos Aires, 1983)
Profesor en Letras, por la UNLP. Entre sus libros figuran Esa trampa de ver (Añosluz, Argentina, 2016), Una voz hervida (Jámpster e-books, 2017, Chile), Una cuestión de diseño (Barnacle, Argentina, 2018), (Fotografías) (Zindo & Gafuri, Argentina, 2018- Ediciones Liliputenses, España, 2020) y Las calles nevadas (Barnacle, Argentina, 2020), Siluetas hablando porque sí (Casa Vacía, Estados Unidos, 2022) y El lento hacer: ensayos sobre imagen y escritura (Casa Vacía, Estados Unidos, 2023).
Forma parte de la antología de poesía latinoamericana País imaginario: escrituras y transtextos 1980-1992 (Ay del Seis, España, 2018). Colabora en diversas revistas literarias con reseñas y artículos críticos.
Babía y otros poemas
Barnacle, 2021