La punta del ovillo
“Dentro de todos los géneros literarios, el género más disidente por esencia, es la poesía. Siempre se ha opuesto al poder, siempre”, dice María Negroni en una entrevista reciente con Rocío Wittib[i]. Hace tiempo vengo pensando la poesía en relación al poder, y la abominación que siente el poder con la poesía. La pregunta comenzó, tal vez, con esta identificación cuasi instrumental de la economía. Los géneros que no están destinados al mercado, los que no pagan bien. Pero luego se expandió. Lo que el poder descarta. O degrada. O persigue. O disuelve en extraños discursos de nostálgicas reivindicaciones.
Pedro Lemebel, en su única novela, Tengo miedo torero (2001) despliega una operación entre la poesía, los poetas y Pinochet. Por un lado, el tema aparece explícito en los pensamientos de Lucía Hiriart, esposa del dictador y de él mismo. Se nombran poetas, se los clasifica. Los buenos. Los que se dejan agasajar por el general. Los que no, “El único que faltaba era el poeta Raúl Zurita que, sin ningún reparo, había rechazado el premio”. El asco de tener que celebrar el Nobel de un comunista. Por otro, se aborda el odio a la poesía en general. Aquí pone a Pinochet diciendo: “Son puros cabros maricones que tiran piedras, cantan canciones de la Violeta Parra y leen poesías. Mire qué hombrecitos, chiquillos pollerúos que recitan poemas de amor y metralleta. Yo odio la poesía, como le dije a ese periodista güevón que me preguntó si leía a Neruda. ¿Escribió alguna vez un poema?, me dijo el imbécil. ¿Quiere que le diga una cosa? Odio las poesías. Ni leerlas, ni escucharlas, ni escribirlas, ni nada. Cómo se le ocurre preguntarme semejante güevada”.
Como contrapartida de esa operación, la loca del frente, protagonista de la historia, capaz de embellecer con sus palabras la realidad más cruda, es una poeta sin galardones. “¿Nunca has pensado escribir?, tú hablas en poesía. ¿Lo sabes? A casi todas las locas enamoradas les florece la voz, pero de ahí a ser escritora, hay un abismo, porque yo apenas llegué a tercera preparatoria, nunca he leído libros, y ni conozco la universidad”. La poesía, entonces, como potencia de fuga, como bien común repartido entre los más marginados.
En Latinoamérica se trenza poesía y revolución. En Atusparia (2024), la novela mosaico de la peruana Gabriela Wiener, la poesía tiene una presencia fundamental. En un juego de palabras, la autora la llama su gran novela rusa. Y es que Atusparia fue ese colegio emblemático financiado por la Unión Soviética, en el que se aprendía ajedrez, ruso y se cantaba por la revolución. Atusparia, también, será el nombre que adopte la protagonista en su derrotero político. La historia de Atusparia y de la profesora de literatura está atravesada por la obra de Manuel Scorza. Y si bien en la escuela estudian sus novelas, un punto de inflexión en la relación entre ambas es a causa de una poesía. Aparece en la pedagogía de esta profesora el poder de la literatura que se mete en el barro del mundo, dice a sus alumnos “Con un lenguaje lírico, barroco y arraigado en el mito y la cosmovisión andina, Scorza nos enseña a nombrar las injusticias de los dueños del tiempo, de la vida y de la muerte: los gamonales, los patronos que abren las puertas a las empresas extractivistas”. La historia de Perú también aparece desde sus poetas “Solo uno de los poetas sanmarquinos decidió apuntarse convencido. Se llamaba Javier Heraud. A sus dieciocho años ya escribía versos proféticos como ´Yo no me río de la muerte. Simplemente sucede que no tengo miedo de morir entre pájaros y árboles´”.
Wiener pone en boca de la protagonista niña una frase sobre el poder de la poesía, y tal vez una pista para ver por qué el poder la odia tanto. En la anécdota, la joven acepta aprenderse un poema de Scorza, y elige uno que no es de justicia social, que es de desamor: “Me duele ese poema, no sé por qué, es como una mano que entra en mí y me aprieta partes de dentro que no sabía que tenía. Una voz del futuro trayendo noticias muy tristes”.
Matrioskas[ii]
Ya en La República, Platón quiere expulsar a los poetas de su polis ideal: “¿Bastará, pues, que vigilemos a los poetas? (…) ¿no deberemos prohibirles que trabajen en nuestra república por temor de que los encargados de la guarda de nuestro Estado, (…) contraigan al fin algún mal vicio en el alma, sin apercibirse de ello?”. A qué le tiene miedo Platón sino a eso que describe tan bien Wiener en Atusparia. La potencia de la palabra poética para conmover, para traer noticias del futuro, para conectarnos con algo que no podemos entender, asir, conceptualizar.
La emoción. El arte. La conexión a través del lenguaje. El mismo motivo por el que Svetlana Alexiévich se sienta y escucha horas y horas de testimonios desgarradores sobre Chernóbil para dejar una obra que trasciende el periodismo, la literatura, y se transforma en poesía: Voces de Chernóbil, Crónica del futuro (1996). Nombrar es un acto político. En este libro, con una particular intensidad. Con la misma intensidad, es un acto poético. “No sé de qué hablar… ¿De la muerte o del amor? ¿O es lo mismo? ¿De qué?”, así abre el primer texto, Una solitaria voz humana. En el octavo Monólogo de la primera parte, Nikolai dice, “¿Es verdadero el mundo grabado en la palabra? Esta es la pregunta. La palabra se halla en medio entre el hombre y el alma. Ya ve…”. Recuerdo a la loca de Lemebel, “tú hablas en poesía”, y eso siento de cada una de las personas que pasan por estas páginas, y con Alexiévich y su poética de la escucha. Pienso en su cuerpo, ahí, soportando ese dolor. Transcribiendo, ordenando, haciendo de este libro polifónico una crónica del futuro. Vuelvo, ahora, a Negroni, que dijo, también en la entrevista mencionada: “La escritura no tiene género. Es arbitrario que alguien diga esto es poesía, esto es ensayo, o hay escritura o no hay escritura. La escritura es una especie de cortocircuito que se da dentro del lenguaje”. A la caza de evitar ese cortocircuito anda el poder de turno.
Sigo el trazo de las lecturas que llevan a otras lecturas. Me quedo en Rusia, pero viajo hacia atrás en el tiempo. Me encuentro a dos poetas perseguidas. En una frase que se tomó como preludio de su decisión suicida, Marina Tsvetáieva habló en sus diarios de “una enfermedad incurable que se llama alma”. Hay poetas que viven su época y abren su poética desde los horrores del tiempo que les toca vivir. Y la palabra poética toma ese horror y lo transforma en un material sensible, que no sólo deja un testimonio, describe o denuncia, sino que básicamente elabora otra forma de atravesar los traumas personales y sociales. Abre conexiones con la memoria de la especie. Con eso extraño que mencionaba Atusparia. Palabras que conmocionan o emocionan. Que transportan, que alojan, en una forma difícil de describir, el inconsciente colectivo. Dice Tsvetáieva en El poeta “El poeta trae de lejos la palabra./Al poeta lo lleva lejos la palabra”.
Anna Ajmátova es la otra poeta rusa que es símbolo de la persecución del régimen soviético. Ambas compartieron sólo un verano, en 1941. Luego Ajmátova se lamentaría de lo breve de ese encuentro. Ella sufrió el apresamiento y tortura de su hijo Lev en la prisión de Kresty. Fue día tras día e hizo cola frente a la prisión para llevarle algo. Lev sería luego trasladado al Gulag. Esta experiencia la transformó en la voz de todo un pueblo a través de los poemas de Réquiem, escritos entre 1935 y 1940 aunque publicados mucho después. Dice en el final de Dedicatoria: “La sentencia… y las lágrimas brotan de repente,/Ya de todo separada,/Como arrancan la vida al corazón, dolorosamente,/Como si hacia atrás la derribaran brutalmente,/Pero marcha… vacila… aislada…//¿Dónde están ahora aquellas compañeras del azar,/De mis años de infierno desnudo?/¿En la borrasca siberiana cuál es su soñar,/Qué imaginan en el círculo lunar?/A vosotras os envío mi adiós y mi saludo”.
Encarnación de un dolor colectivo. Transmutación de esa emoción en palabra. Expansión impredecible. En esos elementos radica, tal vez, parte de la peligrosidad de la poesía para cualquier totalitarismo. Esta palabra que es eco para quienes han vivido la experiencia y la llevan muda en un rincón del cuerpo. Pero también palabra campana para quienes no conocían de ciertos hechos, más que por noticias. En ellos la palabra poética opera despertando un llamado desde lo recóndito. Desde el misterio de por qué sentimos y qué nos conmueve. También la poesía le disputa sentido al relato que construye quien ha logrado imponerse. Vuelvo a María Negroni: “La poesía también viene a decir que no podemos tener un sentido único. Si tuviéramos que definir la poesía, diría que es la antítesis del pensamiento autoritario que viene a decir es blanco y negro. La poesía es el reino del matiz, de la ambigüedad, del error, de la ceguera, de lo que no sabemos”.
Oska[iii]
Daria Serenko estaba en un centro de detención en Rusia, condenada por su militancia, en febrero de 2022. La acusación, difundir “simbología extremista”. Allí comenzó a escribir Deseo cenizas para mi casa. No tenía acceso a las noticias, pero la atmósfera le trasmitía algo, algo más captaba en fragmentos de conversaciones. Ese mismo espíritu fragmentario atraviesa el libro, que incluye una variedad de textos de diversos tipos. Testimonios, poemas, diálogos, prosa… Daria es una de las opositoras al gobierno de Putin que denuncia y pone en discusión el modelo de patria, estado y familia. Fue liberada de su detención un día antes del comienzo de los ataques a Ucrania, y se fue de Rusia. En 2023 se instaló en España. En una entrevista realizada en febrero de este año con Cristina Pérez[iv] se abre un vínculo con Marina Tsvetáyeva, a quien la propia Serenko cita en su trabajo. Y es que en épocas de la Unión Soviética, los poemas de Tsvetáyeva circulaban en secreto, y se aprendían de memoria. Los libros actuales de Serenko están prohibidos en Rusia: “En Rusia, tengo una etiqueta puesta de "agente extranjero", según las leyes actuales mis libros están prohibidos. Los retiran de las bibliotecas, los eliminan de las tiendas y de las librerías. En el caso de Deseo cenizas para mi casa, no puede ser impreso en territorio ruso y hay lectores que se arriesgan e introducen ejemplares desde otros países”. En cuanto a ella, la persecución continúa incluso en el exilio. Todos los días recibe amenazas de la organización misógina ultraderechista Estado Masculino y otros grupos.
Deseo cenizas para mi casa según su autora, “Es una especie de provocación, cuestiona el concepto de qué es una casa porque Putin y su corte intentan imponernos que su patria es nuestro hogar. Quieren identificar la idea del Estado, de la política y transmitir que la dictadura es nuestra casa. La heroína de mi libro piensa que si eso es su casa quiere reducirla a cenizas”.
Oska, la más pequeña. Daria nació en 1993 y forma parte de una cadena que también se engarza en el nombrar y dialoga con Anna Ajmátova, como señala Imanol Zubero en un artículo de abril de su blog. Ahí cita, precisamente, dos poemas que aparecen respectivamente en Réquiem y en Deseo cenizas para mi casa que ahora pienso engarzados a Voces de Chernóbil y el trabajo con los testimonios de Svetlana Alexiévich. Nombrar es importante. Dice Ajmátova: "Quisiera llamar a todas por su nombre,/pero confiscaron la lista y no se puede encontrar./Para ellas he tejido un vasto sudario/con las pobres palabras que les oí./De ellas me acuerdo siempre, en todas partes./No las olvidaré en una nueva desgracia./Y si amordazaran mi atormentada garganta,/por la que gritan cien millones de voces,/que ellas también rueguen por mí/en la víspera del aniversario de mi muerte". Serenko le responde desde el futuro: "No hace mucho memoricé los nombres de varios represaliados y presos políticos por si acaso borraban las listas. Si todos memorizamos unos pocos, no conseguirán acabar con nuestra memoria. Lástima que no funcione de esa forma". Alexiévich, en medio de ambas, logró colocar nombres y testimonios, valga este pequeño fragmento para entender la importancia de este gesto. Uno de los textos, casi al inicio de la primera parte, culmina así: “Pero mi vida humana… Es mucho más breve. No puedo esperar. Apunte usted. Apunte al menos que mi hija se llamaba Katia… Katiusha. Y que murió a los siete años”. Firma Nikolái Fómich Kaluguin, padre.
La poesía va a contramano de la supuesta linealidad del tiempo. Contra las operaciones, las informaciones. El armado de algoritmos. Porque mueve otros registros, acude a otros parámetros. Conmueve. Conecta el tiempo y el sufrimiento. Nos recuerda en ese hilo que nos une. Serenko juega en estos versos con la temporalidad, "vivir como si hubiéramos vuelto del futuro,/viajeros en el tiempo sin memoria que intentan/recordar aquello que aún no ha sucedido". En el final de Entrevista de la autora consigo misma (parte de Voces de Chernóbil) dice Svetlana Alexiévich: “En Chernóbil se recuerda ante todo la vida ´después de todo´: los objetos sin el hombre, los paisajes sin el hombre. Un camino hacia la nada, unos cables hacia ninguna parte. Hasta te asalta la duda de si se trata del pasado o del futuro. En más de una ocasión me ha parecido estar anotando el futuro”. Como las noticias tristes del futuro que presiente Atusparia con Scorza. ¿Qué nos dicen? ¿Qué articulación disloca la poesía? ¿Es memoria del pasado o alucinaciones premonitorias?
Sucede algo alrededor de la poesía que queda sin atrapar. Y que así sea. Como los pueblos indígenas que no enseñan al conquistador su idioma, el poema defenderá ese misterio. Pero hay algo inmenso detrás de ese velo. O la poesía no sería perseguida, negada, sospechada. Habrá poetas, igualmente. Habrá poetas.
Daniela Della Bruna
Es escritora y docente. Ha publicado varios poemarios, entre ellos Suburbio (Raíz Alternativa, 2011) y Caleidoscopio (Remitente Patagonia, 2014), sus últimos trabajos son El día más corto (2021) y Hacia el medio de las cosas (2023), ambos con Halley Ediciones.
Coordina talleres de lectura y escritura, también colabora con distintos medios como crítica literaria y columnista cultural.
[i] Rocío Wittib para Señalador, Noticias Editoriales, 16/10/2025.
[ii] Se conocen como matrioskas a las muñecas que forman parte de la tradicional muñeca rusa.
[iii] Suele llamarse oska a la muñeca más pequeña.
[iv] Cristina Pérez para RTVE, 20/02/2025.


