Una piedra en el río

Qué casualidad justo haber leído a Edgar Allan Poe y luego a Henry James. Los dos autores de los que Piglia habla en sus clases. Me pareció una casualidad y ahora sé que no lo fue.

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Me gusta mucho cómo Piglia habla de la diferencia entre literatura y periodismo. Él dice que mientras que en el periodismo se trata más bien de encontrar un caso como quien encuentra una piedra en el río y dice, “acá está”, en la literatura ese momento permanece como no narrado. El momento en el que alguien encuentra la piedra en el río y la toma y dice, “acá está”, ese momento en la literatura permanece dentro del terreno de lo no dicho, lo no narrado. Lo que cuenta entonces para la literatura no es tanto la piedra sino encontrar la manera de narrar o imaginar ese momento, o más bien, esa relación. La relación entre aquel que tomó la piedra y la piedra. Por qué tomó esa piedra y no otra. Qué hay de él en esa piedra que le llamó la atención. Pero esa piedra no existe y el que la tomó tampoco y todo es parte de un juego y lo sabemos pero entonces lo que nos queda entender son los hilos transparentes de ese juego de títeres, lo que queremos entender en realidad es el juego. Cuál es el juego qué hay detrás de esa piedra imaginaria. Y cada vez el juego es otro y eso es lo divertido.

 

Terminé leyendo Los crímenes de la Calle Morgue y Los cuadernos de Aspern uno tras otro de casualidad. Quiero decir; no fue algo premeditado. Así me pareció cuando terminé de leer el segundo. Pensé, qué casualidad. Justo estas dos historias espejadas, dos mujeres encerradas; una más grande que la otra. Qué casualidad justo haber leído a Edgar Allan Poe y luego a Henry James. Los dos autores de los que Piglia habla en sus clases. Me pareció una casualidad y ahora sé que no lo fue. Que esa casualidad tuvo más que ver con un ordenamiento de redes de sentido; claro que sí. Que después de leer las clases de Piglia me quedé vibrando en ese diálogo que él plantea, el enigma de Poe y el secreto de James y necesité de algún modo verlo con mis propios ojos.

 

Y pude ver con mis propios ojos eso que Piglia dice alrededor del secreto. Que la nouvelle gira en torno al secreto y que la lógica del secreto tiene más que ver con aquel que está tratando de esconder algo, de disfrazar o explicarlo. Que esa intención de tapar lo que termina produciendo en definitiva es una proliferación de relatos. Y pienso que dentro de esa misma lógica, Los cuadernos de Aspern tienen algo de confesión. El narrador lo que está intentado es en el fondo confesarse aunque no tenga ninguna necesidad de hacerlo. Más que a los demás, trata de confesarse a sí mismo lo que hizo. Y lo que hizo nunca es tan grave, claro, si en definitiva se trataba de salvar de la locura de una vieja anciana documentación histórica de uno de los más grandes poetas. Lo que estaba tratando de hacer en realidad es salvaguardar un pedazo de cultura de la ruina irracional del hombre.

 

Si es grave o no, no nos importa. No nos importa qué suceda en realidad con los papeles de Aspern. Tampoco nos importa qué suceda con la vieja ni con su sobrina. Lo que en realidad nos importa y es eso lo que nos impulsa a seguir leyendo con voracidad porque hay que decirlo, la maravilla de Henry James de construir ese suspenso en torno a un par de personas y una trama brillante, es qué hay en ese narrador. Por qué está contando todo esto. Qué pretende al exponerse así. Algo en esa narración debió haberlo transformado sustancialmente. Si no, no se estaría tomando el trabajo de contarlo todo. Nos está distrayendo con esto de los papeles pero en realidad hay otra cosa. Hay otra cosa más allá en la página. Otra cosa que todavía no está clara.

 

Pero, como dice Dupin en Los crímenes de la Calle Morgue, “La verdad no está siempre al fondo de un pozo. En realidad, yo pienso que, lo que más importa conocer, es invariablemente superficial”. Mientras tratamos de encontrar estratagemas y falsas pistas, la señorita Bordereau no es más que una vieja casamentera y mientras el narrador pretende encontrar algo del aura y la mística del gran Aspern en su antigua amante y en sus ojos siempre vedados, ella no piensa en otra cosa que en los morlacos que él pueda llegar a soltarle. Y, lo que parece imposible, nunca lo es. Si basta con asomarse a la ventana de la buhardilla para ver a Madame L’Espanaye y su cabeza rodando por el patio superior.

 

Puestos así los textos, uno al lado del otro, sólo puedo pensar en que Los cuadernos de Aspern es más ingenioso. Un poco como plantea el narrador al principio de Los crímenes de la Calle Morgue. Una cosa es la capacidad analítica y otra muy distinta es el ingenio. Quizás, para descifrar enigmas y descubrir sangrientos asesinos sea más necesario la lógica analítica. La exhaustiva corroboración de los datos. Pero, para la literatura, que a nadie importa demasiado ni se va ni viene la vida de nadie en ello, sea quizás más necesario el ingenio y el desplazamiento. No importa tanto la piedra y cuán maravillosa o extraordinaria pueda ser, sino el ingenio en las redes y estratagemas de su construcción.

 

 

Inés Gaviña

Escribe desde que tiene memoria. Hizo los primeros años de la carrera de Letras aunque no la terminó. Hizo talleres con muchos de los mejores escritores argentinos. Publicó en Macedonia Ediciones una microficción en Cien mujeres contra la violencia de género. Fue directora y creadora de la revista literaria El globo literario, junto a un grupo de amigas.

 

 


Fecha16/4/2025
Tiempo de lectura1 min


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