La lectura del libro de Selva Almada (1973), Los inocentes, hace unos meses ya, luego de adquirido durante la Feria del Libro de la capital federal (lo volveríamos a leer días antes de su presentación en la Biblioteca Nacional) nos pondría ante la circunstancia siempre efímera y dichosa de la multiplicación de los libros: un libro que nos recordaba otros libros y en esta primera instancia, a Juan José Hernández (1931-2007), un autor de provincia (Toukouman era su Ítaca); o como solía espetarle la directora de la hidalga Revista Sur: “no digas que sos tucumano porque no lo parecés”.
Nos explicamos. Desde el mismo título y en el desarrollo de los seis textos que integran el volumen de Almada, mientras recorríamos, tras una prosa económica y acre, las diferentes vivencias de personas menores de edad (niños, según lo establece, hasta la fecha, la Constitución Nacional), lo que teníamos en la mente a la vez que íbamos ordenando viejos libros con nuevos libros era lo siguiente: el fuerte grado de desamparo y exclusión política y territorial (estos ejes no como una mera operación discursiva), circunscriptas a un pueblo chico, o más bien un villorrio, entablaban un diálogo imaginario, en especial con dos cuentos que quisiéramos referir: “El Inocente” (1965) y “Como si estuvieras jugando” (1963); en ambos los personajes presentados son infantes y púberes, que bajo diferentes máscaras deben incurrir en una representación benévola de la propia realidad que los violenta (los apremia: el estómago y el miedo son anteriores a cualquier complejidad teórica), para procurarla llevadera o aventurada, valiente o deplorada. Los protagonistas de los relatos de Almada encuentran en la dureza, el ensimismamiento y la crueldad, esa vía sin enmienda (de vez en cuando un fantasma recorre las páginas y es el fantasma de Silvio Astier, otro personaje que debió traicionar para salvarse); el límpido y tenaz castellano empleado por Hernández (“Inés no conocía el pueblo. Pasaba largas horas sentada sobre una lona, en el piso de tierra de la cocina, mientras su abuela picaba las hojas de tabaco, mezclada con granos de anís, para fabricar cigarros de chala”) y el estilo concentrado de Selva Almada, retráctil a cualquier procedimiento retórico (“Una vez su mamá le dijo que a la gente no le gusta saber que eso que come estuvo vivo: la gente es estúpida, no les digas lo que no quieren oír”), logran reflejar e interpelar la intensidad de los hechos y sus recovecos: ensayan el feliz experimento de la imaginación para hacer notar algo que podría ser aplicado a otra posible definición de un género clásico, el del terror: la sensación de que todo va a derrumbarse en cualquier momento.

Ninguno de los autores que nos ocupan se propuso escribir para un público determinado. Sin embargo, en otra de las afinidades librescas (y otra: la presente edición que nos ocupa y la liminar de Como si estuvieras jugando salieron de las máquinas acompañadas con ilustraciones de Lilian Almada y Carlos Alonso, respectivamente), los escritos han conocido la publicidad de los programas ministeriales de lectura enfocados en factibles lectores pertenecientes a un rango etario escrupuloso; en uno de los prólogos que anteceden a las demás ficciones incluidas en “El libro de lectura del Bicentenario. Secundaria I” (2010), publicado y distribuido por el Ministerio de Educación de la Nación, leemos que: “La verdadera igualdad de oportunidades está en asegurar el acceso universal a los bienes materiales y culturales. A todos ellos por igual. Y la palabra es un bien cultural cuya riqueza debe ser distribuida con equidad, para que estas generaciones y las futuras puedan ser más libres y contribuyan en la tarea de construir un país mejor”; en el mismo sentido en la contratapa del volumen debido a Dirección Editorial de Entre Ríos, leemos que: Los inocentes (2019) tiene el agregado de haber sido pensado para que lo lean jóvenes de los colegios entrerrianos y para que descubran en estos cuentos las puertas necesarias para entrar o seguir recorriendo la literatura”. Sobre las designaciones comerciales (marbetes editoriales) respecto de su literatura y sus eventuales consumidores, María Elena Walsh (1930-2011) observó: “Lo infantil, al caer en manos de algunos escritores cultos o de docentes olvidados de la infancia real y concreta, se contaminaba de contenidos extraliterarios. Mi aporte fue consciente sólo en el querer usar el lenguaje como juego. De ello hay antecedentes en la literatura popular. Yo no estaba inventando nada, sólo recuperándolo”.
Entonces, fidelidad a la circunstancia del entorno y recobrar para los libros sólo aquello que se ha perdido para siempre (ninguna moraleja en ninguna parte). Como si sólo se tratase de recordar. Se pueden escribir muchas cosas con lo que se sabe, pero más se puede escribir con lo que no se sabe, porque hay que imaginarlo. Y a veces es todo lo que sabremos del mundo.

En julio del ya distante año pasado se dio a la publicidad un libro que invisiblemente se suma a esta conversación tripartita e hipotética: María Casas (1948), una autora novel; en Zaino tres y otros cuentos, mediante los presupuestos biográficos, postula a una niña en un ámbito agrario del norte santafesino, ajena a toda intervención estatal en sus variables educativas, sanitarias y legales , a mediados de los años cuarenta del siglo pasado y su posterior destierro en Buenos Aires y barrios suburbiales: la vida de la narradora según se la contaron y cree recordarla; el libro comienza con el siguiente párrafo: “Para festejar mis quince años maté un chancho; lo asé en el horno de barro y lo comimos los tres. El Tío, La Abuela y yo”.
En los libros todo es posible; leemos “pasaron diez años” y sentimos la gravitación de ese lapso sobre nuestros cerebros. Entre Ríos, Tucumán y Santa Fe, tres sojales provincias. En un informe técnico del año veintitrés, debido al INDEC, titulado “Incidencia de la pobreza y la indigencia en 31 aglomerados urbanos”, un compendio de modos asépticos de las sorpresas, podemos verificar (rebajados a números y palabras, un laberinto de cifras, es decir, una trama de corredores cuyo centro es oculto y definitivo) los índices que sin dudas afectan a niños de cero a dieciocho años de esas tierras norteñas (las edades de los “destinatarios oficiales” de ambos libros y las edades de los personajes inmersos en páginas y páginas y páginas): https://cutt.ly/2wCRRgLJ
Tales guarismos nos precisan la versión concreta (¿lejana?) del norte del país, donde también cada uno de los hechos (datos) expuestos existió, ocurrió (o cesó) en un tiempo real (período, en la jerga de los cultores del Excel, una hoja de cálculo que permite manipular datos numéricos y de texto en tablas formadas por la unión de filas y columnas, es decir, una trama de corredores cuyo centro es oculto y definitivo). Siempre hemos de estar a igual distancia de cualquiera de estos puntos geográficos, pero como se dice en el libro de Casas: “en este país, lejos es siempre lejos de la capital”.
Resumiendo. Un libro supone a alguien leyendo un libro e implica descifrar códigos en el mundo, sopesar esos atributos, confrontarlos y optar; porque leer es decidir. Ojalá les ocurra lo mismo que al infrascrito y mejor aún, les sea concedido un deseo (en uno de los cuentos que glosamos acontece ese prodigio) al voltear las hojas de este libro de Selva Almada: “para no olvidarme de lo poco que me acuerdo, para seguir acordándome cuando sea grande y me pregunten”.
Selva Almada (Villa Elisa, 1973) Escritora y periodista argentina.
Considerada por la crítica especializada como de las escritoras más importantes en lengua española, ha sido comparada con Juan Carlos Onetti y Carson McCullers.
Publicó: “Una chica de provincia” (2007), “El viento que arrasa” (2012), “Ladrilleros” (2023), “Chicas muertas” (2014), “El desapego es una manera de querernos” (2015) “El mono en el remolino. Notas del rodaje de Zama, de Lucrecia Martel” (2017) “Los inocentes” (2019) y “No es un río” (2020).
Alberto Cisnero (La Matanza, 1975)
Publicó "El límite de la materia” (2012); y otros libros.
En 2026 publicará "Román paladino", en 2027 "Recuerda esa palabra", en 2028 "Este libro es para vos"; en 2029 “La ninfa huye”; y así sucesivamente. Vivo o muerto.