Como un santo de la pereza, como un cornudo de mi memoria, escribo. Miento. Me dejo escribir por Hugo Savino.
Empiezo por la oreja. En materia de lecturas prefiero las que se dicen, no las que se escriben. La posta es que Savino, primero, salió de la boca de Laura Estrin. Entonces empiezo por mi oreja tocada por la boca de Laura. Pero esto también en parte es mentira, porque si voy a mi biblioteca encuentro traducciones de Savino que leí mucho antes de pensar en su nombre.
Si lo pronuncio alrededor casi nadie agarra viaje, aparece como un completo desconocido, un escritor que se saca de encima el trasto y el traste del tiempo, un viejo mal llevado, un solo solísimo re-contra solo, un octogenario antologador de rencores. ¿Otra vez estoy hablando de mí? No y sí. Hablo del “que llega tarde, aquel, que tarda en hacer todo, en leer, en escribir, en ir, en venir”.
Luego veo Gris al fondo saliendo de las manos de Imanol Hammurabi Rodríguez Mac Lean, pescador de estas y otras aguas, con su trabajo artesanal en Ediciones Engaú. De oreja a boca a mano a culo en la silla, me senté a leerlo. Una especie de fascinación, una conversación. La de Savino es una escritura que muestra sus costuras, una manera de trabajar con el lenguaje: hace frases.
Para seguir rascándome la oreja, leo: “no querer ser el perro de nadie”. Entiéndaseme bien, de todo lo que se tiñe de gris hay grises y grises y de ahí a Gris al fondo: una decisión de decir no.
A la policía del pensamiento, no; al gallinero poético, no; al bicherío escritor, no; a los tipos que creen que hay algo que conversar con la sociedad, no; a los rastreadores de orígenes, no; al cretinismo cultural, no; a la dictadura sociológica, no; a la prosa argentina destilada en ensayismo, no; al Siempre Crítico, no; a los angustiados de la nota al pie, no; a los becados por la familia, no; a escritores que esperan noticias de sus libros, no. Leer a Savino, hacer vida de patio.
“un lector, uno solo es posible”
De oreja al suelo recojo el guante. Después de leer a Savino, no hay más remedio, se escribe. Soy conejo sin zanahoria, entreno mi angulación, persigo mi contundencia y agrego, pero no sumo: en la fosa de los piojos se llena la noche de manos. Savino toma distancia, corta a tajos las frases; se aleja más para ver las ligaduras, para contarse las costillas. ¿Otra vez estoy hablando de mí? No y sí. Más negra que la noche es la lengua dura de Savino que raspa, raspa, y no alcanza, agujerea. No compone, pone la lengua en la mano. Lo escribo así para escucharlo:
Sa/vino
Sa/vino
Sa/vino
De Barracas a Montes de Oca a Plaza Colombia (a llotivenco) a Martín García a Plaza Constitución a Parque Lezama (a Olavarría y Patricios) a la Vuelta de Rocha a Puente Pueyrredón a Riachuelo a Avellaneda a Sarandí a Plaza Alsina a Monte Grande, Pipa e’Moco salta retranca de Viento del Noroeste, de un pasado de dos novelas a niño esclarecido que dibuja, adentro de mi cabeza, una Z en movimiento, vibrante.
Y sigo, y digo entre Elia, Celia, Cardoso, Orlando y Lola, Savino “anota y anota. Hace cuaderno”.
¿Otra vez estoy hablando de mí? No y sí. Saco un Savino de mi lengua, lo pongo en mi oreja y lo dejo sonar. Suena y suena… me tira olvidos de los recuerdos, me cuelga frases en la cabeza:
“Hay que escapar siempre fue mi divisa, desde la infancia, es. Irse. Solo consultarse así mismo” /
“Casi todos los autores dicen cómo hay que hacerlo, sobre todo cuando dejan de escribir y pasan a la prédica. O porteño o provinciano, o como aquel o como el otro. Miro y solo veo profesores, la república de los profesores” /
“La única verdad es que todo el mundo reconstruye su biografía de imbécil potencial. El único nos” /
“Todo escritor que no escribe más, me exigirá que lo siga. Me repudren los ridículos maestros de algo” /
“Primero los libros. Segundo, no olerle los pies a otro lector. Que lea lo que quiera. Tal vez un día logremos hablar” /
“No quiero moscardones de la moda o de la ideología” /
“No quiero ir a sencillo, no me interesa eso que llaman claridad” /
“No hay exclusión, hay no quiero ir” /
“Los que tienen el brazo social más largo que uno: evitarlos” /
“Escribo lo que no se edita, de lo que no se habla, de lo que se lee en el aire, hay en mí que despierta el indio de la promesa que se olvida al instante”.
Y esta mañana me gusta la que dice: “hoy me levanté agriado y voy a seguir así”. Y voy a decir más —o menos— ¡qué burro!, conozca a Hugo Savino, un escritor (vivo, re-vivo) que no se deja comer la voz.

Pablo Aranda
Nació y vive en la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz. Escribió Charla de pájaros (2015) y Zelarayán mi abuelo (2025).


