En una entrevista el músico Juan Falú hablaba de las sedimentaciones, la representación y la vigencia del folclore en nuestro país: la llanura, el litoral, el noroeste. Cada territorio tiene su especie musical: chacarera, gato, zamba, etc. Cada forma rítmica es atravesada por un territorio. Esto hizo que me pregunte, ¿cuál es la relación del ritmo con el paisaje? Sería pretencioso de mi parte intentar contestar esta pregunta, pero sí intentaré pensar en la relación entre paisaje y ritmo a partir de algunos poetas argentinos.
Paul Valéry decía: "La poesía es la ambición de discurrir, que aspira a verse cargada de más sentidos y ungida de más música que el lenguaje ordinario". El ritmo es una visión del mundo, es imagen y sentido; por eso el poema es un flujo y reflujo rítmico de palabras. “El ritmo es la organización-lenguaje del continuo del que estamos hechos. Con toda alteridad que funda nuestra identidad”, dice Mechonic en su ensayo “Manifiesto por un partido del ritmo”.
Si hay un poeta que nos hace perder el equilibrio es Bustriazo Ortiz. Bustriazo es un poeta pampeano que habita un borde eléctrico y disidente. Él toma la tradición folclórica y el paisaje de su tierra para crear un sistema poético sin antecedentes ni sucesores. Sus poemas tienen una cadencia encantadora; las palabras se amarran y se dispersan entre sí. Sus poemas son un decir continuo que atraviesa el paisaje; su voz queda vibrando en la llanura pampeana como un eco invisible que se esparce por el viento de esa tierra.
“Tan huesolita que te ibas" tan envidiada de qué
sombras la tierra ardía huesolita la siesta ardía
melodiosa tan como ibas tu sonrisa era una piedra
arrobadora y era otra piedra mi costilla
dulcequeamarga solasola cuajada de alta pedrería
eran tus voces tan palomas eran tus manos piedras
finas guitarra tan azuladiosa eras la piedra que
acaricia pie- dra te ibas quién te roba última brisa de
la brisa o flauta mía o leja y rota tan huesolita que te
ibas tan de la gracia mucha y poca si cuando vuelvas
ves mis días oh piedra llena llaga hermosa!”
Lo que hace Bustriazo Ortiz con su poesía es una operación mágica. Bustriazo encanta al lenguaje por medio del ritmo. Bustriazo es un mago, un brujo de la palabra. Giorgio Agamben dice que la magia es esencialmente la ciencia de los nombres secretos. "El nombre secreto es, en realidad, el gesto con el cual la criatura es restituida a lo inexpresado. En última instancia, la magia no es conocimiento de los nombres, sino gestos: trastorno y desencantamiento del nombre. Por eso, el niño nunca está tan contento como cuando inventa una lengua secreta". Bustriazo transcribe los sonidos de su tierra y los transforma, habla con sus gestos a través de su lengua no transparente, deja huecos en el aire. Bustriazo va hacia un lenguaje que la música desarma, Bustriazo va con un portafolio oscuro, con su espíritu en un vaso de metal con tapa y vino, Bustriazo va con su linternita alumbrando un camino, Bustriazo dulequeamarga, niñadumbre del monte, del temple del diablo, Bustriazo va con sus rasgos de piedra, de palabra; Bustriazo va, le brilla el esqueleto.

Continuaré con la topografía de nuestro país, seguiré en esta línea de poetas que hablan un lenguaje desconocido. Poetas que demuestran que el hombre viene del ritmo y así lo hace el poeta sanjuanino Leónidas Escudero. Su poesía es la del movimiento y, como Bustriazo Ortiz, cree que las palabras no alcanzan, entonces crea neologismos. Corrige leyendo en voz alta, no es solo ver el ritmo que suscita el poema sino hacer hablar el poema.
“Paró pata en la cumbre reinadora y
miró por el tiempo de sus hembras;
copó el viento, le puso contraseñas y
lo volcó en las cuestas azulinas.
De cogote cruzado con las nubes estuvo,
antojo de ser luz, pegado al cielo.
Corazón de algo grande parecía diminuto
en la mano de una peña…”
Los poemas de Leónidas Escudero desembocan en un paisaje que traspasa, penetra la entraña de las cosas. Camina por el borde del territorio, paso erguido en busca de alguna palabra que escale la sangre. Los poemas de Escudero hay que leerlos y releerlos, darle amor al sinsentido.
Mas quisiera un final algo florido ya
que el amor es poesía.
Para esto adhiero a una sabiduría antiquísima Y
suspiro:
Las abejas no saben por qué van a las flores y las
flores no saben por qué atraen a las abejas.
La palabra única (del libro "Tras la llave"):
¿Estoy quizá hablando de la nada o del
todo que es lo mismo?
¿Será eso el silencio total ah?
Me asustó: ¿buscar la
palabra única será instinto de muerte?
La escritura del poema es música verbal. Como vimos en estos dos poetas, uno de San Juan y otro de La Pampa, el ritmo es parte del paisaje. Como decía Miguel Ángel, “la obra ya está en la piedra, yo solo la descubro”. El poema es el momento de una escucha. Los versos se hacen con el paisaje, hay una intimidad en el espacio, es allí donde sentido y sonido se combinan. El poeta busca el verso mágico a partir del ritmo porque el ritmo tiene más sentido que el sentido de las palabras. Así lo hace de un modo magistral el autor entrerriano Arnaldo Calveyra. La influencia del paisaje va a estar determinada en toda su obra. Su infancia, esa música campesina de Mansilla, un pequeño pueblo ferroviario, va a aparecer tempranamente. "No me has encontrado, me anduve empapando de rocío. Temprano irisado. / Iba cantando, iba contándome, iba abriendo maizales con el canto al canto. / Los perros le toreaban a Dios de tan visible", dice en su libro “El libro de las mariposas”. Calveyra se fue a vivir a París muy joven, y desde allí va a escribir sus obras más importantes. Calveyra afirma que nunca se fue de su pueblo. En una entrevista le preguntaron por la creación de uno de sus libros más importantes, “El maizal del gregoriano”, y él dijo: “Yo sentí patente que el gregoriano sonaba como el viento en un maizal en el campo de Entre Ríos, en Mansilla, donde nací. Era ruido, y música evidentemente, pero también el ruido del maizal al viento. Hacé esa experiencia. Si hay viento, fíjate, o simplemente escuchá gregoriano en un disco y fíjate si encontrás ese sonido del maizal. Yo lo encontré.” Los cantos de los monjes le trajeron la música, así como también el ruido de los maizales movidos por el viento del campo de su infancia. Calveyra corrige mucho. Habla de la importancia de la primera línea, que se le presenta como una epifanía y, a partir de ahí, profundiza en la intuición, se concentra. A esta experiencia él la nombra "cuarta dimensión" o doble horizonte: abrir la ventana de su pieza en París y ver los jardines de Mansilla. Calveyra dice que escribir es escuchar, que hay mucha hojarasca al principio, y uno tiene que despejar, adjetivar poco. Es el ritmo lo que impide que sea una cosa discursiva, y el ritmo fatalmente acarrea el sentido. Acá su poética desafía los géneros, ensimisma el ritmo, inventa un idioma, que necesita, por lo tanto, un oído nuevo para entrar en su lengua. Para poner poesía hay que ponerse en estado, no hace falta el conocimiento. Para él, la poesía es estar con las palabras, pero no cualquier palabra, sino cuando está distante, imbuida de silencio. Escribir es entrar en calor con esas palabras, línea a línea, ponerlas en fricción, que levanten temperatura, chispa, luz. “El viaje lo trajimos lo mejor que se pudo. De todas las mariposas de alfalfa que nos siguieron desde Mansilla, la última se rezagó en Desvío Clé. Nos acompañamos ese trecho, ella con el volar y yo con la mirada. Venía con las alas de amarillo adiós, y, de tanto agitarse contra el aire, ya no alegraba una mariposa sino que una fuente ardía. Y corrió todavía con las alas de echar el resto: una mirada también ardiendo paralela al no puedo más en el costado de tren que siguió. La gallina que me diste la compartí con Rosa, ella me dio budín. El tren es casi lo mismo que andar en mancarrón. Los que tocaban guitarra cuando me despedías vinieron alegres hasta Buenos Aires. Casi al mediodía entró el guarda con paso de “aquí van a suceder cosas”, y hubo que ocultar a cuanta cotorra o pollo inocente de Dios se estaba alimentando. En el ferry fue tan lindo mirar el agua. ¿Y sabes?, no supe que estaba triste hasta que me pidieron que cantara".

Hemos trabajado tres poetas de diferentes provincias, y me gustaría agregar un cuarto poeta: Viel Temperley. Poeta nacido en Buenos Aires, donde pasará toda su vida. Aquí el espacio no es solo la ciudad, sino también el agua y el hospital. A partir de estos tópicos, Temperley trabajará dos de sus obras más importantes. En su poemario “El nadador”, el agua toma el lugar del paisaje. Con el poemario “Crawl”, el poeta hace el salto sin red, se tira a la pileta. “Voy hacia lo que menos conocí en mi vida, voy hacia mi cuerpo.” El cuerpo como terreno de goce, de Dios, de oración. Cuerpo presente (aquí y ahora) y en comunión con Dios y con los otros (extasiado), “vengo de comulgar y estoy en éxtasis”, repite como un mantra. Repetición que, lejos de instalarse en una identidad, es diferencia. Existe una dilución de los límites de oposición entre cuerpo y espíritu. Es un poeta conectado con lo divino. En una entrevista cuenta que corrigió “Crawl” parado en un banquito para poder ver desde arriba los dibujos de los versos en las hojas en el piso, y que no paró hasta lograr el ritmo del nadador, con sus brazadas y respiración. "Descubro que para escribir 'Crawl' tengo que aprender a rezar". La respiración del verso como réplica de la respiración del nadador. "Acá hay un tipo quedándose sin aire", dirá Fogwill. Su poesía es mística, pero no religiosa, mística encarnada. "Seré un místico, un poeta surrealista, cualquier cosa, pero no religioso. Hablo de marineros y nadadores. Jesucristo aparece a través de un rufián, de un vago, de un bañero. Pongo 'besarme el Rostro en Jesucristo' queriendo decir que Cristo me había llevado a besarme a mí mismo en él. En él, pero a mí mismo, eso es lo que me interesa. No me dirijo a él dejando mi amor por esa chica al lado de la lámpara, lo busco ahí". Para Kamenszain, Viel es un poeta samurái, que escribe en presente, dice: "Ese cuerpo ajeno que despega cuando se descalza del propio es la presencia viva de lo otro. Una presencia que mantiene al yo en permanente estado de natación".
“Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada.
Soy el hombre que quiere ser aguada para beber
tus lluvias con la piel de su pecho.
Soy el nadador, Señor, bota sin pierna bajo el
cielo para tus lluvias mansas, para tus fuertes
lluvias, para todas tus aguas.
Las aguas como lonjas de una piel infinita,
las aguas libres y la de los lagos, que no
son más que cielos arrastrados por tus
caídos ángeles.”
Estos cinco poetas que he elegido me han ayudado a plantearme si el ritmo verdaderamente forma parte del paisaje. Me gustaría dejar la pregunta y pensar en el ritmo como una reconciliación de tensiones, una danza entre lo constante y lo variable, lo previsible y lo inesperado. Los poetas mencionados se funden con el paisaje, se apropian del movimiento de las cosas que los rodean, se sumergen en las expresiones que el tiempo manifiesta. Las palabras se desnudan en una cosa azul que llaman cielo. Las palabras se retuercen como el maizal del gregoriano. Las palabras se sumergen en un espacio sonoro que atiende la forma de su propia música. Y, finalmente, el ritmo se transforma en un acontecimiento verbal.
Por último, me gustaría cerrar este ensayo con un poema de César Vallejo de su poemario “Trilce”. Creo que aquí radican algunas de las preguntas que he intentado ensayar. En una carta a Antenor Orrego, en la que el poeta comenta “Trilce”, dijo lo siguiente: “¡Dios sabe cuánto he sufrido para que el ritmo sea libertad y no cayera en el libertinaje! Dios sabe hasta qué bordes espeluznantes me he asomado, colmado de miedo, temeroso de que todo se vaya a morir a fondo para que mi pobre ánima viva.” En este fragmento, Vallejo nos demuestra que el ritmo es un flujo constante de la existencia, una herramienta para alcanzar una especie de verdad espiritual o emocional. El ritmo y el sentido se combinan en ese misterio, en ese secreto que llamamos poesía.
Tiempo Tiempo.
Mediodía estancado entre relentes.
Bomba aburrida del cuartel achica tiempo tiempo tiempo tiempo.
Era Era.
Gallos cancionan escarbando en vano.
Boca del claro día que conjuga era
era era era.
Mañana Mañana.
El reposo caliente aun de ser.
Piensa el presente guárdame para
mañana mañana mañana mañana.
Nombre Nombre.
¿Qué se llama cuanto heriza nos?
Se llama Lomismo que padece
nombre nombre nombre nombrE.
Es Farmacéutico. Publicó Insomnio (Halley Ediciones, 2021), Diccionario para amantes (Halley Ediciones, 2020). Es un apasionado del cine y de las palabras.