Una mentira quizá necesaria

Si tengo que hablarles de ella, me quedo sin palabras. Porque ahí donde se siente mucho, las palabras nunca alcanzan.

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Si tengo que hablarles de ella, me quedo sin palabras. Porque ahí donde se siente mucho, las palabras nunca alcanzan. Y ojo, esto no quiere decir que todo lo que vaya a decirles sea bueno, claro que no. Leila es tan imperfecta como se puede llegar a ser, igual que yo. Pero nos amamos. Desde esa imperfección que nos hace únicos, nos amamos. Sin pretender ser lo que no somos, sin engañarnos. Hay una sola mentira entre nosotros, una mentira quizá necesaria, o un poco necesaria, no sé bien.

No obstante falta para llegar a ese momento, sigo en orden…

Me enamoré de su andar relajado y de su risa contagiosa hace media vida. Una mañana de junio, veintisiete para ser más preciso. Por aquella época yo trabajaba medio turno en una librería de avenida Santa Fe, mientras cursaba las últimas materias de Abogacía. Aburrido, tildaba no sé qué cosa en una lista y levanté la mirada para comprobar si había dejado de llover. Entonces la vi entrar. La vi entrar y eso me bastó para saber. Para saber que con ella todo. Dejó su paraguas azul con pintitas blancas cerca de la puerta y sacudió su pelo castaño. Con parsimonia, pasó de la mesa de Novedades a la de Narrativa Hispanoamericana y se distrajo un poco en el sector de Infantiles. Después de un rato largo, me echó una mirada de fuego y se fue sin comprar. Por un instante me creí perdido. Aunque enseguida noté su paraguas azul con pintitas blancas cerca de la puerta y corrí por Santa Fe hasta sus ojos traviesos. Hoy sigue porfiando con que el detalle del paraguas no fue adrede, no sé si creerle.

En plena calle no quise decirle que la había reconocido inmediatamente, que ella era la mujer de mis sueños. No quise asustarla, no todavía. Solo la harté, al punto de lograr que me anotara su teléfono en un papelito que aún conservo. Por suerte, a nuestros veintipico ni siquiera imaginábamos lo que era un celular.

Nos casamos después de dos años de novios, queríamos vivir juntos más que ninguna otra cosa. Alquilamos un dos ambientes en Palermo y pagamos un lunch para treinta invitados a medias con mis suegros. Con los años compramos un ph en San Telmo y nos gastamos una millonada en refaccionarlo, nunca peleamos tanto como en esa etapa. Y al tiempo adoptamos dos hermanitos, Lucía y Manuel, que multiplicaron nuestras bendiciones y alegrías. Los dolores de cabeza también, no se los niego, especialmente desde que entraron en la adolescencia.

Leila, que cuando la conocí coqueteaba con Arquitectura, al final estudió Diseño y hoy se dedica a la decoración de interiores. Tiene un ojo increíble y mucha imaginación. Yo, a poco de recibirme, abrí un estudio con un excompañero. Nos especializamos en mediaciones laborales, y no nos podemos quejar.

Volviendo a la mentira, a la mentira quizá necesaria, les confieso que con mamá intenté la sinceridad. No sé de qué sirvió, puso el grito en el cielo en cuanto se enteró. Y a veces me pregunto para qué se lo dije. ¿Hacía falta? Se escudó en el argumento estúpido de que los padres quieren lo mejor para los hijos. Lo mejor, claro, conforme su punto de vista. ¿Qué sabía ella de mí, de lo que sentía? ¿Qué sabía de Leila? ¿Qué sabía de lo que éramos capaces de ser juntos? Menos mal que el finado de tu padre no tiene que presenciar cómo su único hijo se cava su propia tumba, sentenció. Y se enterró bajo su montaña de prejuicios.

Una sola vez tuve miedo desde que conocí a mi mujer, les juro que una sola. Fue la tarde que me citó, ceremoniosa, en la confitería de Lavalle y Libertad. Llevábamos saliendo ya un par de semanas. Habíamos ido al zoológico, al cine y al Jardín Japonés. Nos habíamos reído hasta el dolor de panza, nos habíamos mirado con toda seriedad. ¿Y entonces? Y entonces, cómo no, el pero. El gran pero. Una chica tan hermosa y tan inteligente me queda grande, me torturaba camino a la cita. Demasiada suerte tuve, se fijó en mí, ¿cómo pude pensar que encima iba a durar? Entré derrotado, o casi. Ella me esperaba pegadita a una de las ventanas que daba a la plaza. Sus ojos, al encontrarse con los míos, me hablaron con la misma urgencia y con la misma tristeza que había notado en su llamada. Sin embargo, aquella tarde no me dijo adiós, me dijo otra cosa: “Me pasa desde los dieciséis”.

Leila es una madre amorosa, una profesional creativa, una persona íntegra. Y es el amor de mi vida. Leila no es un blíster de risperidona ni tres miligramos de clonazepam. Necesita de su medicación para no ver lo que no hay, para no charlarle a quien no está. ¿Loca? ¿Loca como dijo mi mamá? ¿Quién puede, en este mundo incomprensible, señalar a otro? El que se crea libre que se atreva.

Hay días en los que parece que Leila se va a comer al mundo en dos bocados. Y hay días en los que es un bollito que apenas se mueve en la cama. Aprendimos a reconocerlos y a navegarlos. Aprendimos a pedir ayuda a la mínima señal, aprendimos a dejar que nos acompañaran. Y entre tanto que aprendimos, también aprendimos a mentir. Porque decir tumor o enfisema no es humillante, pero decir psicosis o bipolaridad avergüenza. En un caso te palmean el hombro; en el otro, murmuran a tus espaldas.

No sé qué más decirles… O sí, que mi mujer, extraordinaria mujer, es al mismo tiempo solo una mujer. Por ese simple motivo, esconde las pastillas en el fondo del segundo cajón de su oficina, debajo de una pila de papeles. Y yo, que la conozco bien, sé que eso le duele mucho más que su enfermedad. Que al fin y al cabo la enfermedad se controla, la crueldad de los demás no.

 

 

Paola Vicenzi 

Nació en Buenos Aires en 1972.

Es escritora y correctora de textos. Su camino literario comenzó con la publicación del libro En su propio vuelo, narraciones breves vinculadas a su experiencia como madre de trillizos.

En 2017 obtuvo el Premio MGE de Random House por su autobiografía La otra vida de papá, y en 2018 fue reconocida con el Primer Premio de la Revista Literaria Guka (Biblioteca Nacional) por el microrrelato Monstruo. En 2019 publicó la novela Recién ahora, que aborda el tema de la infertilidad. En 2020, la serie de relatos Cuarentena en Buenos Aires y el libro de microficción Camino inverso. En 2021 su obra Equis Equilibrio fue galardonada con el XXVI Premio Vargas Llosa de Novela, otorgado por la Cátedra Vargas Llosa de la Universidad de Murcia. En 2024 publicó el libro de microficción Frontera imprecisa.

Ha participado en antologías de España y de Perú, y varios de sus trabajos se difundieron en revistas literarias de España y Latinoamérica.

Suele colaborar con artículos sobre escritura creativa en diversos medios.

Dicta talleres de narrativa y organiza ciclos de lectura.

 

 


Fecha1/12/2024
Tiempo de lectura1 min


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